Publicado el 13-09-2025 en El Economista
"La política argentina necesita poner en pausa la construcción de minorías intensas"
El politólogo y codirector de Escenarios, Federico Zapata, conversa con El Economista sobre las lecciones del peronismo cordobés, los límites del ambacentrismo, el desafío de unir el orden macro con el consumo capitalista y el papel de Kicillof y los gobernadores en la disputa por un nuevo orden federal.
Federico Zapata, entre las sierras y la ciudad: retrato de un realista esperanzado
Siestas amarillas con el acordeón de la Mona Jiménez en Villa Dolores, en Córdoba —donde nació—; calles de tierra en San Javier, a unos kilómetros, donde estaba la casa de sus abuelos, al atardecer, una consigna doméstica que definía una época: "Vuelvan antes de que oscurezca". Federico Zapata sitúa su infancia ahí, en la libertad amplia durante los años ochenta, en los veranos eternos, con la montaña como telón y una sociabilidad que, vista desde hoy, parece una reliquia. "Tuve una infancia feliz, marcada por un lugar que amo, el Valle de Traslasierra, en Córdoba, y unos abuelos muy presentes", señala Zapata a El Economista.
Sus veranos transcurrían entre primos, river y caballos. Se fue formando una sensibilidad: lo popular como vida cotidiana, no como repertorio para museos. Sin estridencias. Más adelante ese registro —la musicalidad, la familia, la fraternidad de una provincia— dialogaría con otra dimensión decisiva: la política, primero intuida y después trabajada a conciencia.
Un hogar de debates y de cruce social
En su familia se discutía mucho sobre política. La madre, comerciante, radical-sabattinista; el padre, abogado, un anarco-peronista "silvestre". Ninguno militante orgánico; pero ambos, muy informados y arraigados en la discusión sobre el país. El contraste de orígenes también caló hondo: del lado paterno, una familia de abolengo local, "aristocrática" en clave de pueblo; del lado materno, inmigrantes y trabajadores.
"De ese cruce, de lo aristocrático y lo proletario, nace mi familia. Siempre pensé que esos cruces son productivos para la vida: permiten moverse con naturalidad entre distintos universos sociales", apunta.
Miedos, democracia y primeras experiencias militantes
Tras esa infancia en Córdoba, la familia se mudó a Neuquén por motivos laborales. Pero el lazo con Córdoba no se cortó: durante las vacaciones de invierno y de verano volvían varios meses al Valle. La madre de Zapata empezó como vendedora puerta a puerta y, con los años, abrió un pequeño comercio de decoración en Neuquén; el padre siguió ejerciendo la abogacía. Entre 1993 y 1998, Zapata cursó el secundario en la Patagonia. Entrados los 2000, sus padres regresaron a la sierra: hoy viven en San Javier.
Hay imágenes que no se olvidan: las discusiones por la elección entre Menem y Angeloz, las noches de persianas bajas durante la Semana Santa de 1987. "Me marcó el miedo de mis padres: el encierro, la sensación de amenaza". El regreso democrático estaba siendo una escuela tan íntima como pública.
Su primer salto hacia la militancia fue en los noventa, con 13 o 14 años, en el centro de estudiantes del secundario. La causa que ordenó ese aprendizaje fue la resistencia a la Ley Federal de Educación del menemismo. "Era una contienda muy fuerte y los colegios eran protagonistas. Y por supuesto, el liderazgo social de Jaime de Nevares, obispo de Neuquén y referente de los derechos humanos en la Patagonia". Al comienzo, tareas concretas; con el tiempo, lecturas y debates. Allí emergió una dimensión decisiva para Zapata: el gusto por la política conceptual. Por el estudio en paralelo a la praxis.
—¿Cómo fue esa primera experiencia de militancia?
—Diría que primero hubo práctica —marchar, organizar, hablar— y muy rápido apareció la necesidad de pensar. Empecé a ir a talleres de lectura; descubrí que eso me apasionaba.
Cuando se instaló en Córdoba Capital, a finales de los noventa, conoció a José "Petiso" Páez en un locro del primero de mayo organizado por la Coordinadora Popular en Córdoba, donde confluían viejos dirigentes clasistas de los sesenta y setenta. "Petiso" era un dirigente central del Cordobazo, referente en la empresa FIAT y en el sindicato Sitrac-Sitram. Córdoba mantenía viva una memoria obrera golpeada por la represión: "Muchos habían sido 'presos legales' antes de 1976". "Él era un tipo divertidísimo y profundamente proletario, que se dio cuenta de que me interesaba estudiar. Me metió en grupos de estudio marxistas y autonomistas que discutían transformaciones del trabajo y la tecnología, y cómo eso impactaba en el sujeto trabajador". Zapata reconoce la picardía de "Petiso", formado en la tradición clásica, pero capaz de cobijar a los más jóvenes con las discusiones que se daban en ese momento.
Guitarra, música y los caminos que se cruzan
La biografía de Zapata es tan política como musical. Serenatas, fogones, peñas, festivales. "En el interior, la música popular sigue viva: se transmite en las familias y en las juntadas aparece la guitarra". Tocó dos años en el circuito de peñas de Cosquín; en la lista de autores no faltan Atahualpa Yupanqui, el chango Rodríguez, las obras de Félix Luna con Ariel Ramírez, la cuyanía y sus tonadas, el tango y el cuarteto.
La música fue también otra pasarela hacia la política: a fines de los noventa, ya como estudiante en Córdoba capital, una prima militante del peronismo cordobés lo convocó para animar actividades territoriales de la campaña de José Manuel de la Sota. Federico necesitaba la plata y aceptó gustoso el convite. Música y política se juntan en la vida de Zapata. "Entré por la guitarra, casi accidentalmente, y empecé a entender al peronismo de Córdoba". Ese mundo, dice, le permitió complementar la reflexión sobre la reconversión productiva y tecnológica con un programa de poder. "En el peronismo, el poder ordena y transforma", afirma Zapata.
Universidad jesuita y vocación definida
Zapata estudió Ciencia Política en la Universidad Católica de Córdoba, de tradición jesuita. Militancia estudiantil, Derechos Humanos, bibliotecas abiertas. "La universidad me permitió sistematizar mi formación de origen: cursé varias materias de economía, mucha teoría política y sociología". "La disciplina me atrapó por su costado creativo e innovador. Y no la separo de la música: para mí forman un continuo", señala Zapata.
—¿De qué manera recordás esa etapa académica?
—Intensa. Concebía el aprendizaje como un continuo entre teoría y práctica. Había que estudiar y, a la vez, hacer, militar.
Buenos Aires, Di Tella y una experiencia tocquevilliana en Washington
En 2004, Zapata se mudó a Buenos Aires con un grupo de amigos y militantes. Dos años después, inició la Maestría en Estudios Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella. Ganó una plaza de intercambio para completar parte de la formación en la School of Advanced International Studies (SAIS), de Johns Hopkins University, en Washington.
"Fue una inversión tocquevilliana en Estados Unidos. Me metí en todos lados para entender cómo funcionaba esa sociedad. Aprendí muchísimo".
Aunque le ofrecieron trabajo, eligió volver en 2008, el año del conflicto con el campo. "Extrañaba mucho al país", rememora.
Comunicación política: de Zamora al Bicentenario
Después de esa experiencia pionera con De la Sota, impulsada por complicidad de la guitarra, su primer trabajo profesional en comunicación política llegó en 2001, durante la campaña que llevó a Luis Zamora, por Autodeterminación y Libertad, a la Cámara de Diputados.
En esa época conoció a Javier Grosman, un hombre de la cultura con una cabeza política que más tarde sería director de la Unidad Bicentenario, encargada de los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo. En 2010, ya convocado por él, se dedicó de lleno a contenidos. Sobre Grosman es contundente: "formidable".
El puente entre cultura y política fue fluido: Grosman venía de "Buenos Aires no duerme" y otros proyectos similares. En esos años la vocación de Zapata quedó cristalizada.
Un "realista esperanzado" que evita los binarismos
"Evito etiquetas", avisa cuando se lo empuja a definirse profesionalmente. Como politólogo se reconoce "de frontera", más cerca de la sociología y la economía política. En consultoría —codirige Escenarios, junto a Pablo Touzon— rehúye el cliché: experiencia boutique, trabajo de campo, hipótesis propias, marca profunda. También es coeditor, junto a Touzon y Martín Rodríguez, de Panamá y Supernova, dos revistas digitales que dan pelea por la lectura y el pensamiento en un ecosistema de "fast forward".
"Si hiciéramos lo mismo que todos nos pondríamos una campera de Adidas y saldríamos por streaming, que son las canchas de pádel de hoy. Creemos que un ámbito de pensamiento profundo sigue importando", remata Zapata.
Hijo adoptivo de la ciudad
Vive en Buenos Aires desde 2004. Se define "hijo adoptivo" de la ciudad aunque mantiene un vínculo permanente con Córdoba. "Me encanta la zona del tren en el límite entre Belgrano y Colegiales, hoy más abierta, con mucho verde y parques. Camino por ahí y escucho 'Caserón de tejas' en la voz de Eladia Blázquez. Es muy luminoso; remite a una Buenos Aires de casas-quinta".
En su casa, política todo el día. Su esposa, Virginia —politóloga— comparte esa pasión. "La vida profesional en política es full time. La clave es que las dos cosas me apasionan: la familia y el trabajo". Una marca cordobesísima es que a su mujer, Virginia, la nombra con el apodo de "Vicky". Tienen dos hijas, la pasión innegociable de ambos.
Una imaginación federal con anclaje cordobés
El pensamiento de Zapata es una exploración sostenida de la economía política, la tecnología y el federalismo productivo. En Los muchachos cordobeses. Cómo se construyó un peronismo diferente (y qué podría aportar a la Argentina del futuro), editado por Clave Intelectual en 2023, reconstruyó cómo "el peronismo local se hizo cordobés antes de intentar que la sociedad se hiciera peronista". Es decir: adaptarse a la sociedad real para transformarla desde adentro, sin vanguardismos que desprecian lo existente.
"Una crítica a la política de minorías intensas. La élite vanguardista de los últimos años se separó de la sociedad. Me interesa cómo se crea un orden que eleva a la sociedad que existe, no a la que se imagina", subraya Zapata a El Economista.
Dos años antes, había sido coautor de Qué hacemos con Menem. Los noventa veinte años después, editado por Siglo XXI en 2021.
"Cordobés transerrano, realista esperanzado"
En su bio de X (@zapatafederico) se define con palabras que condensan identidad y programa: cordobés transerrano, realista esperanzado. "Creo en el país, en los empresarios y en los trabajadores. No me instalo en el pesimismo crónico. El desafío es encontrar un rumbo estable para desplegar la potencialidad", reflexiona.
La síntesis personal y política no fue inmediata. Zapata la describe como un proceso hecho de acumulaciones: la infancia libre en Villa Dolores y San Javier, el cruce social, la formación de origen en el marxismo y el clasismo autonomista, el peronismo cordobés, la universidad jesuita, la experiencia tocquevilliana en Washington, la comunicación política y, finalmente, el laboratorio cotidiano de las revistas y de la consultoría. Siempre estudioso, está en proceso de concluir el doctorado en Estudios Internacionales en Di Tella.
Zapata está hecho de pasiones. La política, sí, aunque también la música y la familia. Es, en buena medida, un hombre del siglo XX, tan cordobés como porteño por adopción. Su máxima vital es hacer antes que predicar. Es reconocido por sus amigos como un hombre de acción y sus palabras también son actos. Así, con filo, pero sin perder densidad, interviene y analiza en la política del presente. "Me atraen las zonas híbridas, las que incomodan; trato de permanecer ahí", sintetiza.
El politólogo y codirector de Escenarios, Federico Zapata, conversa con El Economista sobre las lecciones del peronismo cordobés, los límites del ambacentrismo, el desafío de unir el orden macro con el consumo capitalista y el papel de Kicillof y los gobernadores en la disputa por un nuevo orden federal.
—En un tiempo tan desafiante, ¿qué es lo que puede aportar la experiencia de la política cordobesa?
—La política cordobesa en este tiempo sirve para pensar varias dimensiones. La primera es cómo se construye una élite política de nuevo para la Argentina. Ahí hay un gran desafío. Estamos atravesando una especie de 2001. En aquel entonces, hacia adelante, hubo que construir una nueva élite política; ahora, en este 2001 mucho más digital, mucho menos callejero, da la sensación de que también habrá que reconstruir una dirigencia que logre sacar al país de un estancamiento que ya lleva quince años. La primera lección que aparece en el peronismo cordobés es justamente cómo se construye esa élite.
En el libro Los muchachos cordobeses tomo el período que va de la renovación en Córdoba que arranca en 1983 y recién llega al poder en 1999. Hay un largo tiempo de llano donde lo que hacen no es levantar un proceso monolítico en torno a un solo liderazgo. De la Sota y Schiaretti fueron importantes, sí, aunque lo que estaban construyendo era una élite para una provincia compleja, demandante, exigente. Esa experiencia deja una enseñanza: hay que reconstruir una élite política en la Argentina, y eso implica un proceso de praxis con mucha generosidad, mucho llano, mucho sacrificio. Son palabras que tienden a perder fuerza cuando las élites se anquilosan demasiado tiempo en el poder, pero marcan un punto decisivo: volver a un lugar de enunciación ligado al sacrificio.
Se trata de un peronismo que llega al poder en medio de la crisis del menemismo y de su concepción del Estado, y que rápidamente va a diferenciarse también de la teoría del Estado que propone el kirchnerismo a nivel nacional. Ahí se abre un proceso muy creativo: buscar una matriz gubernamental capaz de gobernar la sociedad cordobesa. Ese aprendizaje resulta clave hoy, cuando lo que está en crisis es la teoría del Estado de los últimos veinte años. Milei, en ese sentido, no ofrece una respuesta satisfactoria: su planteo es cerrar cosas, cortar canillas, destruir. Falta todavía una teoría de la gestión, del Estado y del gobierno, que no asfixie a la Argentina, sino que le saque lo mejor y la jerarquice.
En el peronismo cordobés aparece otra enseñanza: esa búsqueda pragmática de una matriz de gobierno, elaborada a base de prueba y error, que logró funcionar como dinamizadora de la complejidad social de Córdoba.
El otro punto es que se animaron a pensar una economía política para los tiempos actuales. Perón tenía una frase que me encanta: "El peronismo, más que una doctrina, es una montura que nos permite cabalgar los tiempos". En Córdoba no armaron un peronismo borbónico, preocupado por arrastrar al país de nuevo al siglo XX, sino que diseñaron una economía política para este tiempo, para este mundo, para este presente. Eso les permitió un diálogo mucho más productivo con la realidad laboral, empresarial y social de la provincia.
Cualquier intento de reorganización nacional del peronismo debería tomar en cuenta estos tres pilares: reconstruir una élite política, generar una nueva teoría del gobierno y del Estado, y elaborar una economía política con apertura.
—En "Los muchachos cordobeses" se describe cómo se construyó un peronismo diferente y qué podría aportar a la Argentina en el futuro. ¿Puede Córdoba ser una capital simbólica de refundación nacional?
—Córdoba es un poco, de facto, la capital del interior de la Argentina. Y, por eso, mantiene siempre una relación de tensión con la ciudad de Buenos Aires. Ha sido históricamente un actor contrahegemónico.
Es una provincia que siempre funciona como el corazón donde late la voz del interior, la parte más federal de la Argentina, al menos hasta la Patagonia, que tiene otras características. En ese sentido, Córdoba ejerce una zona de influjo muy importante. Muchos chicos del interior van a estudiar allí. Esa característica le da un perfil de acuerdos federales que sigue siendo clave.
En estos años Córdoba se mantuvo como alternativa válida frente a la forma de poder que dominó el país en las últimas dos décadas. El peronismo cordobés funciona casi como una iglesia protestante: incluso en las adversidades, irradia una morfología diferente. Por eso, cada vez que el peronismo nacional entra en crisis, los intentos innovadores de discurso se apoyan una y otra vez en Córdoba.
Pensar en unas nuevas "Provincias Unidas" sin la acción política, gubernamental e ideológica de Córdoba es incomprensible. Es un actor que probablemente será protagonista de la disputa por la identidad argentina en los próximos años.
—Proponés que el peronismo local se hizo cordobés antes de intentar que la sociedad se hiciera peronista. ¿Qué enseñanzas deja esa experiencia, sobre todo, pensando en el presente y el futuro del país?
—La principal enseñanza es que la política argentina necesita poner en pausa la construcción de minorías intensas y, en algún punto, leer con realismo el mundo y la situación del país: oportunidades, desafíos, limitaciones. A partir de ahí, armar una política que jerarquice a la sociedad argentina, que la eleve y le saque lo mejor. Eso no se logra anteponiendo una identidad rígida a la sociedad y a los desafíos del entorno global.
Hay un problema de dogmatismo visible en el avatar kirchnerista, también en el avatar mileísta y, en cierta medida, en el avatar macrista: la idea de que "la sociedad argentina es un problema, hay que revolucionarla, hay que transformarla".
Ese sesgo cuesta caro. Es difícil salir del atolladero si se avanza contra la sociedad. La experiencia cordobesa deja otro aprendizaje: no se trató de un peronismo conservador que "representa lo que hay" y se queda ahí, sino de un peronismo con potencia transformadora. La diferencia es dónde ubica la intensidad: en la sociedad. La revolución también puede residir en la sociedad, no en la élite política. A la élite le toca crear herramientas para que esa sociedad crezca, se desarrolle, gane complejidad, exporte con salto cualitativo y genere trabajo de calidad. Ése es el desafío.
En la Argentina, hace años que una élite vanguardista coopta la conversación pública. Es una élite separada de la sociedad, que la conoce poco y a veces la mira con fastidio. Busca que la sociedad se parezca a su molde en lugar de partir de la realidad efectiva. Pocas élites latinoamericanas exhiben un desapego tan marcado respecto de su propia sociedad.
—Según la encuesta de Sicchar en Córdoba Capital, Juan Schiaretti encabeza con 33,3%, seguido por Gonzalo Roca de LLA con 23,7% y Natalia De la Sota con 10,6%, mientras Mestre y Pablo Carro aparecen relegados. ¿Qué dice este mapa sobre el presente del cordobesismo de cara a octubre?
—Schiaretti es la figura política con mejor imagen en la provincia de Córdoba y el gobernador con mayor valoración desde la recuperación democrática. La decisión del peronismo cordobés de que encabece la boleta se entiende como parte de la búsqueda de una proyección nacional de Córdoba, esta vez a través de Provincias Unidas. En una instancia electoral que históricamente resulta adversa para el peronismo local —las elecciones de medio término—, si la fórmula Schiaretti-Llaryora logra imponerse sobre Milei en Córdoba, se abriría la posibilidad de acelerar la construcción de una alternativa política de carácter federal, productivo y laboral con la mirada puesta en 2027. Esa dinámica anticipa una polarización marcada entre el peronismo cordobés y La Libertad Avanza.
—En una entrevista con la periodista Luciana Vázquez dijiste que "Milei es el partido del orden macro pero le cuesta transicionar hacia el partido del consumo capitalista". ¿Observás en la derrota del mileísmo una expresión de esa dificultad para conectar con el consumo y el bolsillo?
—Absolutamente. El año hegemónico de La Libertad Avanza fue 2024: el año en que empezó a domar el orden macroeconómico y logró armar un programa mínimo de estabilización. El paso siguiente en 2025 debía ser que ese partido de la macro transicionara hacia un partido del orden capitalista. El problema es que Milei parece no tener "lado B". Es como un disco sin cara opuesta: se queda pedaleando en el aire. Si el único plan es ajuste, ajuste, ajuste, falta una fase.
En la elección bonaerense, más allá del triunfo de Kicillof y de los intendentes, lo que se ve es un gran castigo a esa falencia: un Milei que propone una furia permanente de destrucción y al que, en un momento, la sociedad le responde "me estás destruyendo a mí también".
—Kicillof en su discurso postelectoral habló de los gobernadores, pero no mencionó al empresariado. ¿Es posible una sinergia entre el sector empresario y un eventual nuevo gobierno peronista?
—El peronismo atraviesa una fase de transición. La elección bonaerense marcó algo importante: la toma de conciencia de Kicillof y de los intendentes de que pueden construir poder propio, con cierta autonomía, y ganar una elección. Aunque con eso no alcanza: sigue siendo un actor provincial.
Si el peronismo quiere proyectarse más allá del AMBA, necesita avanzar en nuevas ideas sobre el rol del Estado y sobre la economía política. Si cree que con ser la herramienta de castigo de Milei alcanza para recuperar el poder en 2027, es una hipótesis haragana.
Hay, sin embargo, un hecho nuevo: la sociedad despenalizó al peronismo como herramienta de castigo. Normalmente lo castigaba; en esta elección lo usó para castigar.
—¿Se puede leer el resultado bonaerense menos como un apoyo directo al peronismo y más como un rechazo al mileísmo que coyunturalmente se expresó en Axel y en los intendentes?
—Completamente. En paralelo, aparece algo quizá más importante: la incapacidad de La Libertad Avanza para sintetizar al electorado no peronista de la Provincia de Buenos Aires y las ganas de ese electorado de castigar a LLA. Eso se observa en parte del voto de la primera sección, que se inclinó por el peronismo; en el voto en blanco y en la abstención, sobre todo en el interior; y también en la aparición de fuerzas que hicieron buenas elecciones en la segunda y cuarta sección, como "Somos". Distintas formas de rechazar al mileísmo.
Kicillof aparece como una especie de peronista blanco, honesto, que en el contexto de los últimos veinte años de crisis del peronismo y escándalos de corrupción gana legitimidad para operar de ese modo.
Kicillof tiene algo de "peronismo uruguayo": expresa el corazón de las ideas kirchneristas —y ahí está su desafío, romper con esa repetición—, pero al mismo tiempo la sociedad lo percibe como honesto. Y en un país con el contrato de representación roto, la honestidad no es menor.
La reconstrucción de la interlocución entre dirigencia y sociedad va a implicar sacrificio, arrojo y honestidad. Por eso los escándalos de corrupción golpean tan fuerte al mileísmo. Kicillof, en cambio, tiene la ventaja de estar percibido, con razón, como un actor honesto. Esa diferencia lo separa del kirchnerismo de las últimas dos décadas. Su desafío es construir un nuevo cuerpo de ideas que lo saque de la repetición discursiva.
—¿Kicillof tiene la capacidad de aglutinar un frente antimileísta que vaya más allá de los límites tradicionales del peronismo?
—Hoy tiene la oportunidad. Lo que logró fue empezar a generar una jubilación de facto de Cristina Kirchner en la Provincia. Sin eso, no había posibilidad de un nuevo liderazgo.
El gran desafío para salir del AMBA es producir las nuevas canciones. Sí, es honesto y tiene la capacidad política para jubilar junto con los intendentes un liderazgo que no podía renovarse por la vía clánica. Nadie creía que una sucesión en clave de clan —como convertir a Máximo Kirchner en la lapicera— pudiera sostener un poder autónomo. Lo valioso es que Kicillof y los intendentes ganaron en sus propios términos y en contra de la lapicera de Máximo, y eso es sumamente relevante.
Lo que sigue es construir un nuevo cuerpo de ideas que le permita nacionalizarse.
—En tus textos insistís en el "ambacentrismo" que dominó la política kirchnerista. ¿En qué medida ese ambacentrismo redujo la imaginación política? ¿Cuál podría ser el aporte de lo que llamás "los centrales" al desarrollo nacional?
—La trampa del ambacentrismo se cifra en cómo, sobre la base del peso demográfico y electoral de la Provincia de Buenos Aires —sobre todo del conurbano—, se construye gobernabilidad en ese territorio, incluso a costa de las posibilidades de inserción internacional de la Argentina, de un replanteo de la matriz estatal o de la discusión sobre el modelo de acumulación.
Superar esta trampa no implica ir contra el AMBA, sino resolver su economía política. La región centro ofrece una alternativa: una economía política diferente tanto al extractivismo libertario como a la vieja matriz estadocéntrica del kirchnerismo. Es un modelo alternativo, hoy muy compatible con lo que el mundo le demanda a la Argentina, y con la posibilidad de que esa oportunidad derrame federalmente.
Desde su creación integran la Región Centro Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Históricamente, las más dinámicas fueron Santa Fe y Córdoba.
—¿Qué tan viable es que el peronismo nacional se reconstruya como "partido de las cosas" (obra, servicios, empleo, orden macro) desde el llano?
—El peronismo nacional atraviesa una gran crisis. El entusiasmo por el triunfo bonaerense no apaga esa crisis ni la resuelve. El peronismo tiene una crisis de dirigencia política, de ideas y de arraigo social. Sigue siendo un actor importante en la vida argentina, pero la sociedad dejó de verlo como el actor que produce orden y pasó a verlo en los últimos veinte años como el actor que produce crisis.
La historia no está escrita. Habrá que escribir la nueva generación del peronismo. Córdoba, en todo caso, ofrece una metodología, un formato y un modelo distintos: cómo transicionar de un peronismo que produce crisis a un peronismo que vuelva a producir orden y desarrollo en la Argentina.
Medio Publicado: El Economista
Temática: UCC
Autor/Redactor: Ramiro Gamboa
Fecha de Publicación: 13-09-2025