Publicado el 15-07-2025 en UCC
“El ADN ignaciano que no nos puede faltar”
En su primera visita canónica a la UCC, el padre Álvaro Pacheco S.J., Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina-Uruguay, nos compartió su visión sobre la pedagogía ignaciana.
En diciembre del año pasado, el padre Álvaro Pacheco S.J., uruguayo, de 59 años, con amplia formación filosófica, en derecho civil, internacional y canónico, fue designado Provincial de la Provincia argentino-uruguaya de la Compañía de Jesús y, en consecuencia, vicecanciller de la Universidad Católica de Córdoba. Recientemente, con motivo de su primera visita a la UCC, lo entrevistamos para conocer su mirada acerca de los desafíos de la educación, de las universidades, sobre el legado del fallecido papa Francisco y acerca de los problemas sociales y culturales globales y de nuestra región.
-¿Es la primera vez que visita la UCC?
-Como Provincial, sí, pero como jesuita, no; porque en su momento hice el noviciado aquí, en Córdoba. Fue en 2001, ese año no había novicios en Uruguay así que me enviaron a Córdoba para seguir mi formación. Recuerdo por ejemplo haber estado aquí el día que se inauguró el edificio del Rectorado. El padre Petty era el rector de la UCC, y con él estaba el padre Montes que era el rector de la Universidad Alberto Hurtado, de Chile, e inauguraron juntos este edificio. Después de aquellos años he venido bastante porque durante nueve años estuve en la Universidad Católica de Uruguay, con distintas responsabilidades hasta ser vicerrector de la comunidad universitaria, y hacíamos intercambios bilaterales con los equipos académico, administrativo y pastoral.
-Entonces, conoce bastante de la UCC, de su historia… ¿Alguna referencia de los jesuitas que la forjaron?
-Sí, porque me gusta leer sobre eso. La historia me inspira mucho. Por ejemplo, la epopeya de las reducciones jesuitas, con sus ramificaciones en toda nuestra región, siglos XVII y XVIII. Creo que la historia nos enseña mucho más de lo que creemos. A veces decimos o pensamos “bueno, son cosas viejas y para los archivos”, pero, sin embargo, pueden inspirar mucho lo que hacemos en el presente. Por lo pronto, esa disponibilidad de los misioneros que iban y venían por caminos complicados, que hacían miles de kilómetros para ir a sus lugares de misión, se quedaban, trabajaban, representaba una misión itinerante muy fuerte. Ahora podríamos aprender un poco de eso, también, en vez de quedarnos en escritorios o en oficinas. También del modo en que abordaban la pastoral, en las misiones, dándole mucha cabida a los líderes locales, a los caciques guaraníes. Quiero decir que leyendo la historia uno aprende mucho para el presente.
-Ahora, como Provincial, le toca recorrer todas las comunidades jesuitas de Argentina y Uruguay, ¿verdad?
-Sí, le llamamos las visitas canónicas. Es una obligación del padre provincial recorrer la Provincia una vez al año. Así que, si estoy seis años como provincial, tendré que venir seis veces a la UCC. En estos meses que llevo en esta misión ya he visitado 5 o 6 comunidades. Es un ejercicio difícil porque una parte importante es hablar con todos los jesuitas y dedicarles tiempo a todos los miembros de las comunidades para ver en qué están y ver qué posible misión darles, o cambiarlos o confirmarlos, incluyendo a los que son rectores de colegios y universidades, claro. Y otra es visitar las obras apostólicas que tenemos: parroquias, colegios, universidades, centros sociales, hay mucha variedad. Es importante escuchar, sentir el ambiente, uno enseguida se da cuenta cómo están las cosas. Y bueno, si hay algún problema quizás escuchar más o intervenir o hacer alguna gestión adicional, pero aquí, en la UCC, realmente no fue necesario, la encontré en un muy buen momento, muy pujante.
-La provincia jesuita abarca Argentina y Uruguay. ¿Son distintas las comunidades, las personas, los problemas argentinos y uruguayos? ¿Hay muchas diferencias o muchas similitudes?
-Entre Argentina y Uruguay al final uno ve muchas similitudes. De hecho, se ha logrado, desde 2010, cuando se concretó la “unificación” de lo que eran las dos “provincias”, que muchos jesuitas uruguayos estén trabajando en Argentina y muchos argentinos, en Uruguay. Y no hay preferencias, la gente ya va y viene sin mayor problema, sin poner énfasis en que se cambia de país. Distinto sería, me parece -y lo digo aquí porque hay una posibilidad de más unificaciones, porque los números se van reconfigurando-, unirse con Paraguay o, en el futuro, con Chile. Creo que, en ese caso, podrían darse algunas dificultades, por el idioma guaraní por un lado, por la idiosincrasia chilena por el otro. Aunque desde hace algunos años muchos estudiantes jesuitas paraguayos vienen a hacer el noviciado y la primera formación filosófica aquí, y estudian en la UCC…
-¿Y no surgen problemas cuando hay un partido de fútbol entre argentinos y uruguayos, por ejemplo? (risas)
-Ahí, sí!!! En el fútbol, en alguna discusión sobre el dulce de leche o sobre el tango…(risas)
-Cambio de tema: Recientemente nos ha impactado el fallecimiento del papa Francisco, el primer Papa jesuita de la historia, a quien le tocó ser provincial, como a usted, y vicecanciller de la UCC. ¿Qué destaca del legado de Bergoglio-Francisco en materia de pedagogía ignaciana?
-Él nos dejó muchas cosas valiosas. Se están publicando libros sobre ese legado. Muchos gestos muy fuertes y muy nuevos, sobre todo en pedagogía, porque él tenía los principios ignacianos muy incorporados. Él habló y enseñó mucho sobre el discernimiento. El discernimiento en la Iglesia no era una palabra que tenía demasiada importancia, venía de los padres del desierto, de otra época, pero Francisco reinstaló el discernir. Y eso, también, en la educación. Discernir hacia dónde van las necesidades, el estudiante cómo se presenta hoy, las características, la idiosincrasia; discernir cómo mejorar el proceso de educación, de aprendizaje. Después esto de “salir”, salir a las periferias. Hay cantidad de principios que él utilizó para la Iglesia que también valen para la educación: la “cura personalis” que es tan jesuita, él decía que en la educación hay que reforzarla. Habló del “pacto educativo global”, pero como para poner también énfasis en el cuidado personal de cada estudiante, que no sea un número, sino que realmente se lo tome integralmente como una persona, en todas sus dimensiones.
-¿Qué valores, qué características, qué gestos identitarios no pueden faltarle a una universidad jesuita, hoy?
-Nuestra identidad jesuita la cuidamos mucho ahora. Todas las universidades jesuitas lo hacen, porque lo veo en las de Estados Unidos, en las de Europa, en las de América Latina. Porque somos buenos en transmitir contenidos, nuestras facultades de Derecho, de Ingeniería, etc. son muy potentes, preparan muy bien a los profesionales para los trabajos, para ocupar posiciones importantes de gobierno, científicas. Nuestros egresados están en lugares importantes. Pero lo que más le podemos aportar a esa identidad es este ADN ignaciano que no nos puede faltar, algo que no es tan fácil de definir, pero que les da a nuestros estudiantes y docentes un espíritu, una personalidad solidaria, una atención a los signos de los tiempos, de lo que está pasando alrededor, y les da una apertura también a lo trascendente, a veces religioso (cuando la persona entra en un proceso pastoral y de ejercicios espirituales), otras veces apertura a lo espiritual… Siempre sale el exalumno nuestro con eso. O sea que ese perfil de egreso de alguien no solo preparado en contenidos, sino también con habilidades blandas, como se dice hoy, pero habilidades que van en lo “espiritual-crítico”, en apertura a la espiritualidad y a la solidaridad; también, una función social en el estudiante o la estudiante que, después, cuando es egresado y profesional, no contradiga todo lo que fue aprendiendo. Eso es un poco lo que tiene que estar sí o sí, ese ADN propio de la identidad que llamamos “ignaciana”.
-De su experiencia como estudiante y como formador jesuita, ¿qué le parece necesario que exista en el vínculo entre los jesuitas que trabajan en la universidad y los estudiantes?
-Ese es un debate que a veces tenemos en la Compañía de Jesús: si los jesuitas tenemos que estar a cargo de la gestión de manera directa o si tenemos que estar en la pastoral, en un lugar más cercano al estudiante y no tan cercano a la gestión directiva. Algunos sostienen que “hay muchos laicos competentes para ser rectores, entonces quedémonos con la parte pastoral que así nos da una cercanía al estudiante”. Pero la otra campana, sobre la base de la experiencia también, dice que en algunos lugares que se ha hecho eso, se pierde mucho la identidad. Porque la primera generación de laicos directivos es muy buena, ha hecho los ejercicios espirituales, pero la segunda un poco menos, la tercera casi nada, y la cuarta termina llevando adelante una universidad muy buena pero casi no confesional. Y el estar en la pastoral, claro, es una posición interesante de cercanía al estudiante, pero que sin el apoyo de los directivos rápidamente se va perdiendo porque a la hora de negociar horarios de clases, espacios, tiempos, oficinas, la pastoral pierde rápido posiciones si no hay un apoyo explícito de un rector. Entonces, bueno, están las dos posiciones. Entre los jesuitas tenemos los que tienen buen perfil para ser gestores y, a la vez, pastoralistas también, en la medida que tienen tiempo; y otros son más de la pastoral directa, de ser capellanes o asesores pastorales; pero no les pidamos mucha gestión porque no les gusta ni lo saben hacer. Por ahora, todavía somos bastante numerosos como para tener perfiles variados y que cada uno haga su misión.
-Teniendo en cuenta el mensaje sobre todo del Papa Francisco en esto de “cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres”, ¿cómo deben afrontar las universidades jesuitas la “tentación del elitismo” que a veces se da?
-Es cierto que se trata de una tentación y también de una realidad en las universidades y también en muchos colegios. De alguna manera es una necesidad si pensamos en la sostenibilidad económica de las instituciones, es decir que llegar a cierto medio de poder adquisitivo alto es indispensable para sobrevivir. A veces mucha generosidad sí está muy bien, pero después la institución no se sostiene. Entonces hay que buscarle la vuelta a través del sistema de becas. El sistema de becas es muy importante en cuanto a números. Hoy, aquí en la UCC, me mostraban los números y es muy, muy importante. Se da una redistribución interesante para darle oportunidades a mucha gente que no hubiera podido estudiar aquí. Eso es una forma de afrontar esa tentación del elitismo. También está todo lo que se hace en materia de proyección social, donde se puede expresar lo de la “Iglesia pobre para los pobres”; que los estudiantes desde el primer año tomen conciencia de los problemas sociales, no una “conciencia teórica”, sino yendo a experimentar en los barrios, con las personas concretas, a través de estos programas de responsabilidad social universitaria que hay aquí muy fuertes en la UCC, pero también en cualquier asignatura: eso debería ser hasta más general que los créditos de RSU, que se tome conciencia de que hay otras realidades que son duras y ahí también se pueda trabajar la compasión, la empatía, los prejuicios, no tener miedo. Ese rol se logra bastante bien. Uno lo ve en los egresados, en el perfil de egresados que salen con una sensibilidad distinta a lo que hubiera salido en una universidad comercial o de primer nivel de otros países. Aquí generalmente el egresado adquiere esa sensibilidad y muchas veces la aplica después en sus lugares de trabajo, en sus responsabilidades políticas o en las empresas que dirigen. Y en los colegios pasa lo mismo, o sea, desde chiquitos ya con una sensibilidad también a través de campañas, a veces muy elementales, de solidaridad, pero se va educando un poco ese sentido de compasión, diría, muy evangélico, vinculado también a lo religioso, a las preferencias del mismo Jesús y su evangelio.
-Mirando un poco más allá de lo local, lo que está pasando en Estados Unidos, por ejemplo, con la disputa entre Donald Trump y la Universidad de Harvard, y aquí con la disputa entre las universidades públicas y el Gobierno nacional. ¿Le parece que lo científico-universitario o la institución que representa a la universidad como “símbolo del saber” está cuestionado hoy por estos populismos que son un poco complicados de comprender?
-Sí. Hay algo en lo que hay que estar muy atentos, es verdad, a esto que llamamos “los signos de los tiempos”, lo que está pasando en ese sentido. Porque quizás el líder populista lo que hace es traducir algo que está en la base de la sociedad, algo de lo que no se habla, que no es políticamente correcto, pero que está, y el líder populista lo hace emerger y se transforma en portavoz de eso; por algo consigue votos. Entonces hay que prestar atención, porque quizás, en ese conflicto que involucra o enfrenta a las universidades con líderes populistas, probablemente esté en juego el rol de las universidades en un tiempo en el que todo el conocimiento está más accesible, al alcance de un clic, o por la Inteligencia Artificial, que es un tema que hay que seguir estudiando cada vez más, porque ya las posibilidades son enormes de tener contenidos y respuestas de todo tipo, humanísticas, pero también científicas y fórmulas y presentaciones y todo al alcance de la mano. Entonces, ¿qué rol tiene ahí un educador? ¿Qué rol tiene ahí un sistema universitario? ¿Qué rol tiene un científico de una agencia de investigación? Por un lado, ese tipo de confrontaciones que terminan siendo muy mediáticas, también nos tienen que hacer pensar sobre esta realidad nueva. ¿Qué aporta el sistema universitario? ¿Cuál es el diferencial? Nosotros decimos que es esa experiencia de una vida universitaria donde nos podemos encontrar. Pero la pregunta vale, también, porque puede haber excesos en muchos programas, en la asignación de fondos para esto y para lo otro, que terminan siendo un negocio, cosas que a veces desvirtúan también la investigación genuina. Entonces, este tipo de alarmas nos viene bien para seguir reflexionando acerca de cuál es nuestra misión principal y enfocarnos en eso.
-Mencionó la Inteligencia Artificial que hoy es uno de los grandes temas o desafíos de la humanidad y, sobre todo, del ámbito de la educación. ¿Cuál es su mirada? Hay universidades en Francia donde directamente han prohibido la utilización de la IA para la elaboración de trabajos…
-Las prohibiciones claramente no sirven. También el debate de que no se usen los celulares. Es algo que ocurrió ya con la televisión, con internet, con el teléfono. O sea, las novedades tecnológicas descolocan bastante y el primer reflejo o reacción es o prohibir o regular. Y acá no hay manera de prohibir ni de regular. ¿Qué regulación puede haber? Algo que es transfronterizo absolutamente. Aunque un país prohíba hay posibilidades técnicas para evadir la prohibición. Aprendamos a convivir con estas nuevas tecnologías, poniendo atención a las líneas rojas y éticas o que afecten la dignidad humana. Vemos todos los días imágenes y videos “fake” que pueden hacer mucho daño, ahí hay límites porque afectan la dignidad humana, que debe ser un principio irrenunciable. Pero, después, todo el resto son potencialidades que al estudiante de una carrera y a un futuro profesional, más bien tenemos que ayudarle a entender, para que la use bien, a que la aproveche para el bien.
-¿Cuáles son hoy los dos o tres problemas sociales o desafíos sociales, culturales, económicos que tienen Argentina y Uruguay?
-Yo tengo, ahora, por estas visitas que hago, una visión bastante global desde todas las comunidades, ciudades, parroquias y obras sociales, y el tema de las adicciones es el más difícil, más complejo. Por eso nos estamos metiendo, abriendo algunos Hogares de Cristo (institución que se dedica al cuidado y recuperación de jóvenes con problemas de adicciones) en el conurbano bonaerense y en el norte en Uruguay, también. Hay ya varios hogares experimentales, pero no sólo hay que recuperar o rehabilitar, hay que trabajar mucho en prevención. Tenemos y estamos preparando expertos en esta problemática que causa mucho daño en todo sentido y no está siendo demasiado atendido por los gobiernos, porque no saben mucho qué hacer. Quizás en otro tiempo lo urgente era abrir escuelas, ahora parece ser esto otro, y ahí nos toca estar.
-¿Algún otro desafío en el que haya que comprometerse?
-Un segundo desafío es la migración forzada. Es un hecho la gran movilidad entre países por razones políticas, económicas y otras tantas. Esto se está dando también en nuestra realidad. El tema es estar para los que llegan porque están en una situación de vulnerabilidad muy grande. Hay que ayudar ahí a una integración también social, a que no haya discriminación, a que bajen los prejuicios. En eso estamos con el Servicio Jesuita a Migrantes, y la universidad también tiene su rol. En todos los temas sociales lo ideal es que la universidad colabore con el “pienso”, con la sensibilidad de la que hablábamos antes. No es poca cosa que el estudiante salga con una conciencia de los problemas y sensibilidad para poder hacer algo después, con proyectos y cuestiones concretas de investigación incluso, o de reflexión para generar soluciones. Y sumo un tercer desafío o problema que me preocupa, es más de orden espiritual, y en el que hay que trabajar: el de la falta de sentido de la vida, como una desesperanza, que redunda en cantidad de problemas de salud mental que después se ven aflorar. En eso tenemos que trabajar en ser testigos de esperanza, fieles al Evangelio.